jueves, 3 de diciembre de 2009

Una de princesas y caballeros

Había una vez una pequeña ciudad que tenía su propia monarquía. El poder de esta residía en una pequeña joven cuyo aspecto era como el de una muñeca de porcelana, bella y frágil por fuera, oscura y hueca por dentro.
Cuando era un bebé la princesa era querida por todo su pueblo gracias a la alegría y el amor que parecía profesar. Pero a medida que se hacía mayor, en vez de intentar complacer al pueblo que tanto la quería y tan bien la había tratado, prefirió aprovecharse de su trono de poder e hizo realidad sus caprichos fuesen los que fuesen, en su mayoría gastando el dinero de los ciudadanos, provocando la hambruna de éstos. Decenas de personas iban a hablar a palacio una vez al mes, en la gran audiencia que concedía la propia princesa en persona. Madres cuyos hijos había muerto devastados por la peste, esposas cuyos maridos cayeron muertos en la guerra sólo para poder llenar un plato de sopa caliente en sus casas, niños malnutridos cuya familia hace tiempo había dejado de existir por culpa del crudo invierno y la imposibilidad de tener un techo donde refugiarse debido al alto coste de impuestos... La gente hablaba verdades y contaba sus tristes historias esperando poder apiadar el corazón de la bella princesa. Pero nada de esto ocurría.
Un día un joven y apuesto caballero venido de las tierras del sur, donde la piel es tostada por el sol y los ojos son azules como el mar del norte, decidió hacer acto de presencia delante de la princesa.
-Oh gran dama.- Se inclinó ante el trono- Era amigo del anterior monarca, vuestro padre. Un hombre justo y generoso. A quien serví fielmente hasta el día de su muerte cuando partí de nuevo a mi ciudad natal. He vuelto a estas tierras porque el hambre y la muerte la destruye poco a poco. Y yo me pregunto mi princesa, mi reina. ¿No sería mejor que el palacio tuviera en cuenta esas necesidades y cuidara al pueblo que tanto os ha amado a vos y a vuestro padre?
La princesa llena de odio, roja de ira, miró al guapo caballero a través de sus ojos que dejaron de ser hermnosos por un instante.
-¡¡¡Cogedle!!!- Gritó llorando.- ¡¡¡Cogedle y traed ante mí su cabeza!!!- Y tras decir esto salió huyendo de la sala, un par de cortesanas corrieron tras ella.
El caballero no salía de sí de su asombro. ¿Era esa la joven hija del rey al que tanto había querido, amado y respetado?
Tres guardias reales de la princesa salieron fieros a luchar contra el caballero.
-¿No os dais cuenta de loque sucede? - Gritaba el pobre intentando contener los golpes de espada que sus ahora enemigos le propinaban- ¿No os dáis cuenta que a vosotros también os está matando?
-La amo como nunca he amado a mujer alguna- Dijo un viejo guardia de capa raída. - Y la defenderé aunque mate a mi querida ciudad, porque ella es más importante.
-Tienes razón, caballero venido de las tierras del sur- dijo otro mientras intentaba propinarle una estocada entre las costillas- pero juré protegerla con todo mi alma y lo haré.
-¡¡¡La vida de la princesa vale más que la de la ciudad entera!!!- Gritó el último atravesando el pecho del hombre.
Sus ropajes se volvieron rojos a medida que la sangre lo teñía todo. Los habitantes de la ciudad miraban en silencio, querían hablar, pero pocos estaban en la gran sala.
El caballero entre borbotones de sangre intentó hablar.
-Yo también soy princesa.
Los guardas le quitaron sus ropas y vieron su pecho bajo la coraza.
-Me corté el pelo y me vestí así para que mi hermana no me reconociese. Su padre el rey, tuvo una aventura con mi madre y de ahí nací yo una pobre bastarda. -Tose sangre mientras sus ojos se van acabando. -Nunca quise robarle el trono, nunca quise hacerla llorar, lo único que buscaba era que el pueblo que tanto amaba mi padre no muriese a causa de una niña malcriada.
Y tras estas palabras murió. Una vida malgastada por una tontería. Y la ciudad siguió su curso, muriendo poco a poco.
Y la princesa que nunca creyó las palabras de la mujer que una vez osó desafiarla, siguió llorando cada vez que alguien no le daba la razón, y la muerte por hierro siguió entonces sucediendo.
No siempre llevar la razón significa que las cosas te vayan a ir bien. A veces las princesas mimadas cuyos caballeros sienten una obsesión enfermiza por ellas, ganan siempre. Aunque no sean buenas, aunque pudran todo lo que toquen, aunque maten a pueblos enteros y lo único que hagan sea llorar.
Que triste ¿Verdad?

Tema idóneo para esta historia:
Canción: Princesas
Intérprete: Pereza.

^^

3 comentarios:

Shakeb dijo...

He ahí la razón por la que cada vez tengo menos fe en la humanidad... el tiempo pone a cada uno en su lugar... pero hay veces que la surte sonríe a los peores

Ana dijo...

Esto me suena a ratas de cola larga y escamosa O_O.

Me gustó el post :P

Anónimo dijo...

Thanks for spreading the word about this.