Un, dos, tres, un dos tres…
Tres tipos de adoquines bajo tus
pies: Uno azul con dibujos, uno blanco que parece un conglomerado y el rojo… Ni
si quiera te acuerdas de cómo es el rojo. El estómago te da vueltas y sientes
mareos. Apenas desayunaste esta mañana, lo que has comido estaba frío y lo has
tomado con un nudo en el estómago y la cena estaba buena, claro que el autobús
lo estropea todo un poco. ¿Tal vez es culpa del chupito? No lo crees, y si es
así eres la persona con el estómago más débil del universo, quizá eso último
sea cierto, sin embargo estás seguro que ha sido el autobús.
Caminas cansado por la calle, los
ojos se te cierran y los adoquines van girando, debiste de haberte bajado en tu
parada pero estabas lo suficientemente mareado como para hacerlo antes. Aun así
el problema que pensaste no era lo lejana que pudiera estar tu casa, sino si
despertabas sin querer al mendigo que duerme al lado de la estación de
autobuses. No estaba así que fue una suerte, aunque sus cosas seguían allí. Por
la mañana te dijeron que empezaste a estudiar lo que estudias por vivir donde
vives, sería verdad.
Los adoquines siguen bailando, un
hombre ha señalado que se te ha caído algo ¿y? piensas durante un instante que
eso ya da igual, en el fondo muchas cosas dan ya igual.
Has tenido una semana difícil, en
una ronda de años malos que parece que nunca terminará, al vez seas un quejica
y necesites las “ dos hosti**” que te han dicho alguna vez que necesitas.
Llevas toda la semana intentando
que las cosas salgan bien y no paran de torcerse, como en un puzzle hecho
exclusivamente de blancos. La tomas con quien no debes y no aceptas el cariño
de la misma manera que sueles hacerlo a menudo.
Ya no hay adoquines, sino un paso
de cebra. La música está obscenamente alta en los cascos y escuchas en bucle
únicamente una carpeta. Atraviesas por el atajo oscuro, si alguien te roba lo
máximo que se va a llevar es un portátil machacado por las horas de no poder
escribir a mano, un libro lo suficientemente caro como para querer matar a un
profesor y un par de cómics que no has podido terminar de leer porque llegaste
a pensar durante un segundo en el autobús que echarías hasta la última papilla.
Pasas por un lugar en el que no
se puede aparcar y sin embargo hay varios coches estacionados con un valor
superior a treinta normales. El hecho de existir diferentes tipos de clases y
que éstas puedan pavonearse delante del comedor social ilegalmente hace que te
plantees durante un instante la posibilidad de darle a alguno una patada. No lo
haces.
Sigues andando, en realidad todo
son tonterías, pero la semana empezó con aquellos mensajes acosantes cuando las
cosas iban peor y claro, los mensajes que insultan y que no puedes contestar al
ser anónimos minan la moral de cualquiera, aunque lo más seguro es que seas un
débil.
Pasas al lado de una tienda y
recuerdas que el otro día viste a unos antiguos compañeros del instituto con un
bebé en brazos, ella siempre dijo que su sueño era quedarse embarazada de él y
él estaba al lado. Lo raro es que no eran pareja y estaba loca. Ahora piensas
que quizá no entendiste algo del acertijo, se te escapó o quizá sólo necesites
las dos hostias de antes.
Cuando quedan apenas cinco
minutos para legar a casa decides pasear, como si cambiara algo. Tal vez porque
sientas añoranza y sientas la necesidad de estar con tu pareja cinco minutos
más, pero no está ahí.
Y ahora escribiendo esto te
arrepientes y crees que sería algo que no deberías de poner en un sitio
público, pero has prostituido tu alma lo suficiente en Internet como para que
cuarenta y siete líneas más den igual. Además ya no puedes escribir en el
diario, te sigue doliendo la mano.
Bienvenidos a mi vida.