domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de resurrección



Estaba yo de madrugada maldiciendo que el ladrón del tiempo me robara una hora y me la devolviera sobada medio año después, mientras en la radio sonaba entre duermevela la voz de Iker Jiménez y el resto de los de Milenio 3 (que no Cuarto Milenio) hablando sobre gente que una vez muerta había resucitado. Hablaron sobre todo de paradas cardiorrespiratorias, y yo sorprendida le quitaba hierro al asunto, “tampoco es para tanto”.

La cosa es que el otro día saliendo de la bañera me tropecé. Y con un pie en el aire, otro aún no sé dónde y en un estúpido intento de agarrarme al toallero no anclado a nada para no romperme la cabeza, todo se hizo tranquilo de golpe,  como si de repente no existiese ninguna clase de problemas, todo acaba ya está. No es la primera vez que tengo esa sensación, la última vez que recuerdo fue cuando cruzando por un paso de cebra por encima de la música escuché el ruido de un frenazo, en el momento en el que quise darme cuenta tenía al conductor de un camión frente a mí disculpándose y yo con esa sensación de “todo iba bien”.  Sin embargo saliendo de la bañera  finalmente caí con un golpe seco y botes de gel, champú anticaspa, cabello graso y puntas abiertas, cayeron conmigo.

Agazapada en la bañera fue cuando me asusté de verdad, y es que de pronto,  como la magdalena de Proust, ese momento me llevó inconscientemente a mi infancia o eso quise creer mientras mi madre me curaba las magulladuras de la pierna y cojeaba yendo al cine, o en general por qué me asustaba aquel incidente tan tonto cuando apenas me he hecho unos moratones feos, un par de golpes en el hombro y un diente que en el pasado era  algo más grande. Y es aquí cuando volvemos con Milenio 3.

Resulta que cuando tenía unos cinco años (esta historia está narrada por otros, apenas recuerdo mi infancia), me di un golpe en la cabeza estando en la bañera y cosas de la vida, mi cerebro se apagó. Mi madre salió corriendo conmigo en brazos y un mi vecino nos llevó al hospital porque mi padre estaba trabajando. Y una vez en el hospital mi corazón dejó de latir unos minutos.

No tengo consciencia de este hecho hasta que uno o dos años después cuando una señora amiga de mis padres después de contarle esta historia me preguntó “¿y qué viste?”

Me encogí de hombros.

domingo, 17 de marzo de 2013

Sobre el vocabulario y las mujeres



Convivo con toda clase de gente gracias a lo cual considero que mi punto de vista es amplio y variado. Y últimamente, cosas de la vida, no paro de darle vueltas al tema del vocabulario y lo que ello implica. ¿En qué sentido? Pues que parece ser que el neutro  no nos engloba a las mujeres,  teniendo un idioma machista y para que esto no ocurra,  hay que añadir un “las” al lado de un “los” o un /a , o mi “favorita” la “X” o el “@” sustituyendo a la “a” o la “o” de turno. ¿Y todo este caos por qué? Pues porque al parecer como he dicho antes el neutro no nos engloba a las mujeres.

Digo al parecer porque a una servidora tanta tontería le da dolor de cabeza “luchamos por tus derechos” gritarán algunos, “te has creído lo que la sociedad heteropatriarcal te ha dicho” gritarán otros. Dejadme un segundo que os lo explico a todos.

Resulta, que el hecho de “diferenciar para igualar”, en esta ocasión en el vocabulario, me hace sentir poco integrada y sobre todo muy distinta. Mientras que con el neutro pienso ¡Ey, estamos al mismo nivel qué bien! Añadiendo el artículo o la terminación femenina me siento aparte, fuera, totalmente desintegrada.  Y una “X” o una “@” no hacen más que remarcar esa diferencia, teniendo que inventarnos símbolos imposibles de pronunciar sólo para que nos sintamos mejor por haber incluido a las mujeres en la frase… Por lo tanto a su vez diferenciamos para igualar, lo que nos hace volver a lo de antes: Me siento desintegrada.

“¡Te has tragado el discurso de los lobbys de presión en el poder que son masculinos!”

No, resulta que el lenguaje no está impuesto por ningún hombre que nos dice cómo debemos hablar y si tú dices que tenemos que ser iguales, no sólo diferencies para igualar en el sector femenino añadiendo los artículos correspondientes o con palabras como “jueza” o “médica” sino que también hagas lo contrario, corrigiendo palabras del neutro al masculino como “policío” o “periodisto” o incluso “futbolisto”.

Pongamos un ejemplo que no tenga nada que ver con el vocabulario: labores del hogar. Durante el franquismo, las mujeres tenían una asignatura que se llamaba así y cuando este dio paso a la transición  se decidió “diferenciar para igualar” ¿cómo? Haciendo que las mujeres abandonaran aquella asignatura e hicieran las que los hombres estudiaban. ¡Ey, ey, ey! Un momento ¿cómo? ¿No sería mejor que ambos sexos estudiaran todas las asignaturas? ¿Acaso con esa diferenciación no estamos denigrando el trabajo de las tareas del hogar impuesto tradicionalmente por las mujeres? ¿Acaso es tan bajo que nadie debe de hacerlo y quien lo hace ha perdido? Pues sí, con ese cambio tampoco me siento integrada.

Volvamos con el vocabulario que me pierdo.

“¿Pero no te das cuenta Sheila que el primer paso para que todxs nos sintamos iguales y no existan diferencias es cambiando el lenguaje?".

Ahí estás equivocado, es cierto que con el lenguaje sería un gran paso, pero las diferencias seguirían estando y la mente no va a cambiar por mucho que tú pongas un arroba al final de una palabra para indicar los sexos. Para mí sería muchísimo más productivo cambiar la mentalidad de la gente a partir de… La ropa por ejemplo.

Hace unos años se volvió a “igualar” a la mujer, “permitiéndole” ponerse pantalones. ¿Y qué pasa con las faldas y los vestidos? ¿Por qué los hombres no pueden llevarlos? Venga, decidme que ahora mismo al pensar en un hombre vestido así no os habéis reído o creído rápidamente en que “es una nenaza”. Algunos sí, estoy segura, al fin y al cabo todos nos reímos viendo en “Friends” como Joey anunciaba un pintalabios en Japón o se compraba un bolso. Creo que la ropa que vestimos es nuestra seña de imagen, mucho más incluso que el lenguaje, aunque me duela admitirlo. Muchos piensan que soy poco femenina sólo por no llevar faldas y no maquillarme. Y si se promocionase que los hombres fuesen así una servidora sería la primera en aceptar el cambio en el lenguaje. No obstante nos empeñamos en cambiar cosas tan nimias que no nos damos cuenta de las diferencias más acuciantes.

“Pero en otros países no existe diferencia de género en el lenguaje”.

¿Y?

En otras culturas no existen los términos “homosexual” y “heterosexual”,  las diferencias sexuales existen, mis órganos sexuales son distintos, al igual que mi forma física por más que lo intente es distinta a la de un hombre y no me gustaría que “me diferenciasen para igualar” a la hora de hacer las pruebas de bombero si puedo hacerlo pues lo hago pero no me lo facilites. Es como mi color de pelo o mi altura, son cosas que se ven y no me importa que se diferencien. Pero mi orientación sexual no se ve, es como mi horóscopo, si no te lo digo no tienes por qué saberlo ¿Por qué existe esa diferenciación? ¿Cómo sabes realmente que eres heterosexual u homosexual? “Porque sólo me siento atraído por los del sexo contrario (o viceversa)”, bien, a mi hermana no le gustó el queso hasta que cumplió los dieciocho años y ahora hay temor cuando se compra porque tarda nada en desaparecer de la nevera. Puede que a pesar de que a mí sólo me han atraído los hombres hasta ahora, el día de mañana me sienta terriblemente atraída por una mujer. Creo que  las diferencias de orientación sexual son mucho más retrógradas con el vocabulario que el masculino utilizado como neutro, puesto que como ya he dicho, también se utiliza el femenino como neutro.

“El vocabulario es muy machista, por eso existen expresiones como “coñazo” o “cojonudo” que no hacen más que remarcarlo”.

Perdona que discrepe, pero si me dices eso tu vocabulario es bien escaso, si ahondaras más en él descubrirías que existen otras expresiones como “gilipollas” (que incluye parte del aparato reproductor masculino dentro de la palabra) o “¡coño!” como expresión que lejos de ser negativa a veces trae detrás frases del tipo “¡cuánto tiempo!” o “¡qué bien!”

“Bueno vale, lo que tú digas, tú tienes razón y yo no”.

Pues no, es cierto que a día de hoy existen todavía diferenciaciones que colocan a la mujer en un papel inferior. Pero ni la discriminación positiva, ni cambiar el lenguaje va a solucionar el problema más allá de lograr nuevas diferencias.

domingo, 10 de marzo de 2013

Vuelta y media


Llevo días…

Bueno, digamos que…

Ni si quiera sé cómo empezar esto. He borrado varias veces las primeras líneas. El otro día me miré en la marquesina del autobús y me fijé que estoy mucho mayor. Eso es malo… No, no tiene por qué serlo.

Ayer por casualidad el tiempo me dejó ver más de media hora de una de las charlas de “la uni en la calle”, no sé cómo serían las de la complu en la calle, pero ésta me dejó como si me hubiesen prometido la mejor comida italiana del mundo y de pronto me encontrara con una pizza de un euro del Telepizza.

(Es genial, mi corrector acaba de poner una mayúscula a Telepizza él solito).

En fin, contaban cosas curiosas, pero por cada diez minutos interesantes había otros diez de gritos contra el capitalismo y charlas propagandísticas. Me sentí como si formase parte de un teatro de títeres. Y no me gustó, que tengas público no quiere decir que utilices tu posición de poder para implantar tus ideas sólo porque les haces saber que tus conocimientos supuestamente son superiores, ni me gusta que lo hagan los políticos ni los periodistas, ni me gusta que lo hagáis vosotros. Perdonadme. Pensé que querían que la gente aprendiese y descubrí que sólo querían ponerla de su lado.

Como sólo es una opinión, tampoco le voy a dar más vueltas.

Últimamente me he puesto como meta una de las mismas metas que me puse hace cinco años “escribir algo que merezca la pena leer”. Estoy a tope, como si fuera una cría pequeña.

Supongo que si vuelvo a encender Internet en los próximos días tal vez siga escribiendo en el blog.