La música suena repetitiva en mis oídos, da igual el número de canciones que haya cambiado, sumado o borrado, las notas varían y sin embargo siempre es el mismo caldo de cultivo musical que no sirve más que para pensar en mí misma, para pensar en todo lo que me rodea.
Mientras esto ocurre mi cabeza vuela entre los compases de
otra canción que no quiere ser escuchada.
A mi derecha un chico cabecea siguiendo el traqueteo del
autobús, le imito durante un breve instante en el cual no pienso en nada más
que en el vacío absoluto, en el cielo ya hace tiempo oscuro y en volver a casa.
Pero mi breve coqueteo con el descanso se acaba cuando a través de la ventanilla
distingo las calles y reconozco cuál es la mía, hacia dónde tengo que ir.
Mientras dudo sobre si debo o no despertar a mi acompañante
para continuar con mi viaje me planteo la posibilidad de dejarme guiar hacia
donde vaya el autobús y no pensar en nada. Sonrío distraída recordando momentos
en los que las vías ni la carretera tenían fin y cualquier escala era una buena
parada para sentarse coger un libro e ir donde las palabras te lleven, donde ni
siquiera la música es capaz de llegar.
Sin embargo termino despertando al viajero durmiente, quien
sonriente me deja paso y segundos después me imita saliendo del autobús al
mismo tiempo que yo con cara de desorientado.
Mientras ocurre esto pienso en el camino que tengo marcado y
me pregunto por esas pequeñas cosas tan cruciales y tan insignificantes a la
vez, que desencadenan cuestiones que nunca serán contestadas, planteándome en
el fondo inutilidades de las que se abochornaría hasta la más tonta de las
adolescentes. Comeduras de cabeza que no producen más que migrañas y que sólo
sirven para remarcar que soy insegura.
Puede que tal vez sólo sea ese dolor que me marca en la
garganta recordándome que aún sigo aquí lo que me haga pensar así, escribir
así.
Tengo tantos defectos como el más normal de los humanos, e
incluso manejo algunos extra para complacer con falsa hipocresía al público más
exigente que siempre pondrá pegas.
Tumbada sobre la cama aún vestida, mirando las gotas de
gotelé pintadas en el techo de mi habitación y temiendo no volver a abrir los
ojos si los cierro, me concentro en mantenerme despierta.
Sólo quiero hacer las cosas bien.
Sólo eso.
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